Todos los días de su vida

Todos los días de su vida se despertaba con la sensación de angustia en el pecho. Algunos, incluso, era el propio dolor el que le arrancaba del sueño. Normalmente no conseguía calmarse hasta pasados unos minutos, después de levantarse y lavarse la cara con agua helada. Si tenía suerte conseguía volverse a dormir; casi siempre de forma ligera, cuando no, se sentaba en la silla de la cocina a contemplar el reloj. Al dar este las 7 de la mañana, abría la cafetera, vertía la moca y la ponía al fuego. El único momento que recordaba agradable era el de respirar aquel aroma caliente. Al meterse en la ducha se sentía libre. Despojada del peso de su ropa se frotaba el cuerpo con fuerza, se arañaba los brazos, las piernas, las costillas. El agua que corría por sus muslos le hacía cosquillas.

Llegaba al trabajo a las nueve menos dos minutos, siempre a la misma hora. Todos los días de su vida tenía que soportar que la miraran de arriba a abajo al entrar por la puerta, cómo unos ojos -nada discretos- se fijaban en su trasero cuando se levantaba de la silla. La jornada laboral, tediosa y aburrida, acababa con dolor en su cabeza, ya ardiente a causa del sueño y el cansancio.

El camino de vuelta a casa lo hacía andando. En invierno le daba miedo la oscuridad de su calle casi deshabitada. Siempre tenía la sensación de ser perseguida por alguien, pero se decía a sí misma que debía ser valiente mientras aligeraba el paso. Justo antes de entrar a su portal, todos los días de su vida, en la esquina del edificio gris, escuchaba aquella voz que le gritaba palabras soeces. Subía las escaleras corriendo, el corazón acelerado, y al cerrar la puerta lloraba en silencio.

Se sentía violada, vulnerada, sola, triste y frágil, y esto le ocurría, uno tras otro, todos los días de su vida.

Andrea

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